lunes, 24 de mayo de 2010

Nota de Diario Diagonales | 24 de Mayo 2010

Cuando el deseo es volver a los orígenes: la sorprendente historia de Anabel y Marisol

24-05-2010 / Sus familias las compraron a una partera de Ensenada implicada en tráfico de bebés

Durante 28 años, Anabel Garbet no conoció su verdadera historia. En una charla con Diagonales, repasá los incansables años de bú

La Oficina de Búsqueda de Personas en Origen dependiente del Ministerio de Seguridad se creó hace diez años bajo la gestión de León Arslanián. La idea fue suplir el vacío legal e ir tras los casos actuales –más allá de las desapariciones forzadas de personas durante la dictadura militar– que libran una batalla en contra del olvido con el acompañamiento y la contención de organismos de derechos humanos como Madres o Abuelas de Plaza de Mayo. Es que no existen dependencias que se ocupen de colaborar con la búsqueda de las personas que desconocen sus orígenes sin encuadrarse su situación en los años de plomo. Según explica su propio director aDiagonales, Alejandro Incháurregui, la Oficina se creó por una exigencia social. Porque el tráfico de bebés es una realidad en Argentina, y sus casos son difíciles y están muy poco esclarecidos en el país.

Desde su creación, la Oficina registró 1.500 denuncias ingresadas. Abordó el 70% y pudo resolver solamente el 30%. Entre los miles de expedientes que pugnan por una respuesta en la dependencia, hay dos cerca y lejos de la verdad, que se gestaron adentro de una red de apropiación de bebés que operó a pocos kilómetros de La Plata, en Ensenada, y de la cual no se puede descartar que aún esté en funcionamiento.

CAMINO DE LA INTUICIÓN. Como si fuese un regalo más en vísperas de Navidad, lo que llegaba para quedarse en la familia Garbet en las festividades del año 1981 fue comprado. Pero distaba mucho de ser algo material. La lluviosa noche del 22 de diciembre, Horacio, que oficiaría de padre de –de allí en adelante– Anabel, fue a buscarla con el dinero en mano a la casa de la partera Norma Ceolín, en Aristóbulo del Valle nº 166 del barrio de Ensenada. Horacio sintió miedo: cuando vio a la pequeña Anabel, estaba en brazos de un policía. Pagó el equivalente a un parto de hospital, recibió la partida de nacimiento correspondiente y se marchó con la beba a cuestas.

Durante 28 años, Anabel no conoció nada de esa historia. Aunque lo sospechó desde pequeña: el lazo con Liliana, su madre, era frío, extraño; no se parecía en nada al que veía que cultivaban sus amiguitas de escuela. Además, a ella la criaba su abuela y eso las separaba más todavía. Mientras en su casa reinaba la reserva, Anabel siempre se caracterizó por ser una niña que se plantaba con carácter. Y no se explicaba de dónde sacaba ese ímpetu. El juego de las diferencias se tornaba más serio aún cuando comparaba sus rasgos físicos con los de sus padres.

Lo preguntó una, dos y tres veces. A los once años, a los diecisiete y a los veintiocho. “Díganme la verdad, ¿soy adoptada?”. La negativa sobrevenía siempre, hasta que en el último intento, ya de grande, fue con la certeza encendida en el pecho. La convicción interna era ineludible. Su padre nunca fue hombre de palabras; justificaba su silencio en una hemiplejia que le impedía comunicarse con facilidad.

Pero ese día, cuando Anabel indagó por tercera vez exigiendo una respuesta verosímil, él no aguantó las lágrimas. Tampoco Liliana. “Mi mamá saltó y dijo que sí, que era adoptada, que no me lo había podido decir porque mi papá no la dejaba, ni mi abuelo… se arrodilló en el piso y me dijo que me había comprado a una señora que no me quería y me vendió. Una historia que se lo ocurrió en el momento. Yo no largué ni una lágrima ese día. Me fui con eso, llegué a la casa en la que vivo con mi novio y me cayó la ficha. Me acuerdo que me bajé de la moto y no podía caminar, respirar, hacer nada. Lloraba, sentía que me estaban matando”, rememora Anabel ante este diario.

La primera semana después de enterarse sintió tanta soledad como si estuviese en medio de un desierto. Tenía que dormir con la luz prendida. “Desconocía a todos a mi alrededor, era horrible. Pasé una semana en la cama, pensé que me iba a morir, y desde ahí me agarró impotencia de qué hacer y empezó la búsqueda”, cuenta Anabel.

Ni bien comenzó a averiguar supo que, en realidad, sus padres la habían comprado. Azar o destino, la muchacha cayó en la cuenta de que ahora vivía a sólo dos cuadras de distancia de la casa de la partera que la había vendido. Que la había cruzado por el barrio, a ella y a su esposo. “Los obligué a mis padres a que me lleven adonde me habían comprado: yo la conocía de toda la vida a la casa, lo menos que me imaginé es que iba a ser ahí”. Ceolín había fallecido hacía dos años (en 2006). Pero Anabel no dudó en increpar a su esposo. “El marido de la partera me llegó a decir: ‘lo que hacíamos nosotros está bárbaro, le damos bebés a personas que realmente lo quieren, lo que pasa que en Argentina es ilegal’. Si hasta cuando fui a la casa y me dijo eso el tipo se confundió y me preguntó de cuánto estaba y en qué me podía ayudar… después me dijo que me había confundido con otra persona, él sigue haciendo lo mismo que hacía Ceolín”.

Los datos de la partera aparecen en los papeles de su acta de nacimiento, que dice que es legalmente hija de sus padres “adoptivos”. Es que Ceolín trabajaba en conjunto con el Registro Civil. Anabel hizo la denuncia en Abuelas y en la Dirección de Búsqueda de Personas en Origen, dependiente del Ministerio de Seguridad, en donde le advirtieron que era muy difícil encontrar a su mamá ante la falta de registros. “Mi mama me dijo que una vez le preguntó a la partera si yo era hija de desparecidos y supuestamente Norma (Ceolín) le dijo que no”, cuenta Anabel, que tiene sus propias versiones sobre cómo fue, pero prefiere no develarlas hasta poder tener pruebas concretas. No descarta el vínculo con militares involucrados en la última dictadura.

Hace un tiempo, decidió crear un blog en donde publicar su caso. A través de allí tomó contacto con otra “buscadora”. Hoy, ambas son parte de la ONG “Búsquedas, verdades infinitas” (www.busquedasvi.com.ar) que se dedica a investigar el camino de los orígenes de personas apropiadas, en asociación con la ONU. Porque “si no nos ocupamos nosotras mismas, a nadie le interesa nuestra búsqueda, nadie ayuda”.

“Yo siento que tengo un trauma por no haber sabido la verdad desde chiquita”, confiesa Anabel. Dice que desconfía de todo y de todos. Que juntó mucho odio y bronca “por vivir en una mentira”. Su más preciado deseo es terminar de saldar esa cuenta pendiente eterna que dice que tiene con su destino: “saber el principio”.

ARDIENTE PACIENCIA. Cuando a comienzos de los años ‘80 la partera ensenadense (junto con un médico y su enfermera) cayó presa acusada de practicar abortos clandestinos y tráfico de bebés para salir un puñado de meses después bajo fianza, los registros de nacimientos hallados en su domicilio nada indicaron del paso de Anabel por allí. Pero sí decían de la existencia de Marisol Ballerena. “Yo siempre le digo que ella cuenta con más datos y recursos para resolver su caso”, señala Anabel, mientras pestañea y atraviesa la ventana con su mirada de ojos pardos, cierra el puño derecho con fuerza y lo coloca bajo su mentón, pensativa.

Marisol ya tiene 30 años. Y ocho de búsqueda, que se contabilizan con creces en el camino hacia la verdad y le aportan un temple calmo, pues los años de mayor ansiedad -los primeros de búsqueda, asegura- ya quedaron atrás. “Yo ya no me ilusiono fácil y nada me sorprende, algo me mantiene en pie a pesar de los embates pero adentro mío sólo llevo el dolor de no saber quién soy”, explica mientras sostiene bajo su brazo una carpeta negra con folios que atesoran recortes: una nota añeja de un matutino platense que le dieron sus abuelos, que anoticia sobre la detención de Ceolín, fotocopias de su expediente judicial, su registro de nacimiento, un folleto de la exposición “Ausencias”, del fotógrafo Gustavo Germano. A diferencia de Anabel, Marisol tuvo hermanos y “una infancia muy linda”. Aunque también, fue criada por sus abuelos. “Yo creo que eso nos da una pauta de que internamente, nuestros padres sentían culpa por lo que hacían, sino, ¿cómo se explica que te cuiden tus abuelos?”.

Cuando tenía ocho años, supo por boca de Perla, su mamá, que era adoptada. La versión avisaba que su madre biológica había fallecido. Lo tomó con tranquilidad, pero nunca lo creyó. Cuando cumplió veintitrés años sus dudas se canalizaron en una consulta con Abuelas de Plaza de Mayo. La prueba de ADN le dio negativa pero la búsqueda siguió por cuenta propia, a paso lento y embistiendo los obstáculos que interponían en su camino los miembros de su familia “adoptiva” para que “no revuelva el pasado”.

A sus veintiséis, falleció Perla y mucha información valiosa para Marisol se fue con ella. “Siempre estuve sola en esta búsqueda”, asegura. Tres años después se enteró de que había sido comprada. En uno de sus pasos, accedió a su expediente judicial y se enteró que, además de ella, en lo de Ceolín también habían nacido una chica y dos hombres más. Pronto, a través de la periodista platense Mercedes Benialgo, quien se encontraba investigando sus casos, pudo contactar a una de ellas: era Anabel. En la misma secuencia, entendió por qué cuando era pequeña sus “padres” habían sido arrestados por una semana: figuraban en los registros de Ceolín, dentro los nombres de los apropiadores de bebés.

También, las ¿casualidades? aportaron información para su búsqueda. Es que la hija de la madrina de su ex novio llegó a trabajar como servicio doméstico en lo de la partera ensenadense entre los años '83 y '84. “Ella me pudo contar que cuando trabajaba ahí veía muchos manejos raros, sólo la dejaban limpiar ciertas partes de la casa, y alguna vez que ingresó hacia las zonas prohibidas se topó con las incubadoras y hasta llegó a ver fetos refrigerados”, narra, aunque no pierde la serenidad.

¿Qué se sabe de Norma Ceolín? “En el barrio se comenta que su casa fue un lugar bravísimo”, dice Marisol. En el expediente que la incrimina hay documentos que probarían su relación con las fuerzas militares durante la dictadura y con negocios de tráfico de órganos. Y también, en la década de los '90, estuvo implicada en el caso de Analía Gelabert.

Ahora, el caso de Marisol y el de Anabel junto con el de cientos de chicos más están en manos de Israel Álvarez de las Armas, abogado y defensor de la ONU que se comprometió a investigar hasta el final: para que lleguen a saber, de una vez por todas, el principio de sus vidas.

2 comentarios:

  1. Hola Ana, ¿cómo estás?
    Soy Eduardo, vivo en La Plata, y estoy escribiendo una novela que publico periódicamente por blogger.
    Es, básicamente, la historia de un chico que descubre que tiene un hermano mayor que fue separado de sus padres al nacer, y luego vendido.
    Me gustaría poner el enlace a esta página en el blog de .aLí (así se llama la novela), pero primero quisiera tener tu autorización. Es una historia de ficción, con otras tramas además de la que expliqué antes, y la verdad es que, si bien investigué sobre el tema, quizá no esté lo suficientemente informado.
    Siento que es una falta de respeto poner el vínculo sin que sepas y, sobretodo, sin que sientas que .aLí se merece algo tan importante como una mención a tu historia.
    Muchas gracias, y ¡¡fuerza!!

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  2. Hola Eduardo, si puedes publicarla.
    Gracias! un abrazo

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